domingo, 12 de agosto de 2012

LUMINISCENCIA





Me miro en el espejo y siento que me desdibujo para verme más claramente. No dejo de preguntarme cuántas partes de mí ya me he arrancado, de cuantos atuendos inútiles me he despojado, y en cambio, no deja de ser contradictorio que haya luchado tanto por ser yo misma y aún así siga perdida. Es cierto que mola mucho más ser uno mismo, pero joder, cuánto duele hallarse. Lo he dejado todo atrás y me he puesto delante de todos mis demonios. Con dos cojones. Pero sé que hay algo con lo que indiscutiblemente he de encontrarme de un modo u otro: mi extraordinaria luz.

No dejo de disfrutarme en todo, y no deja de ser paradójico que vaya encontrando nuevas sensaciones en esta ciudad que me parecía carente de sensualidad. Quizá el olor de la tierra o la brisa del mar no es lo único cargado de goce. Quizá por eso no dejo de buscarme en todo, en lo que miro, en lo que pienso, en lo que siento. La luz de Madrid me parece distinta según el día, he descubierto que cuando amanezco  hay un pájaro cuyo canto no reconozco, quizá esté empezando ya el otoño, secretamente,  quizá todo venga avisando y no nos damos cuenta hasta que es tarde.

En cualquier caso siempre he confiado en mi intuición, en esa forma de saber lo que conviene con la velocidad con que se chasquea los dedos. Quizá por eso quiero correr hacia mis deseos más ocultos,  llegar hasta este hombre, dejarme vendar los ojos y  dejarme llevar hasta donde desee (yo, él)

Estamos ambos sentados frente a frente, me mira desde sus ojos negros y me sonríe, y yo no dejo de imaginarme sobre sus rodillas como una niña mala que espera. No sé bien qué. O quizá sí. Pero espero. Hablamos de nosotros. Porque se hable de lo que se hable uno siempre habla de sí mismo, de lo que ha vivido, de lo que le gustaría haber tenido, de lo que sueña con ser o tener… Mientras charlamos el aire del ventilador me acaricia suavemente las piernas. Él me toca el brazo con naturalidad y naturalmente mi imaginación se va a algún rincón para vivir por su cuenta mientras mi consciencia tiene una vida  paralela. Mi yo consciente sigue hablando con él tratando de no perder el hilo y mi yo inconsciente, sutil, divertido, juguetón, se va a un cuartito con él.

Hablamos de sexo y de amor, hablamos de fantasías y spank, hablamos de amistad y desamor, de esto, de lo otro, de amantes, de amados, de parejas, de encuentros y desencuentros… Mientras, mi niña mala se acerca tímidamente a él y pretende besarle furtivamente los labios. Él la detiene y la sujeta por la muñeca. La mira despacio y muy hondo, la trae hacia él y le acaricia la mejilla con un gesto de prepotencia. Ella trata de sonreír pero se siente turbada y excitada. Siente su corazón dando saltitos débilmente dentro de su pecho, algo grita dentro de ella pero aún no sabe qué.

Él la agarra por la muñeca y la sienta sobre sus rodillas. La huele aspirándola como si fuera una flor y ella siente como él captura su aroma aspirándolo como si le estuviese sorbiendo la sangre. Le acaricia las piernas, mete la mano entre los muslos, los aprieta y yo siento un alien golpeando en mis entrañas. Tira de ella y le da la vuelta tumbándola sobre sus piernas, piensa en sujetarla pero no lo hace. Ella suplica secretamente que lo haga. Acaricia su culo, lo aprieta. Parece un ritual, y lo es y no lo es. La mano de él se adentra debajo de la falda y palpa la suavidad de sus muslos, la acaricia, la desea. Un dedo se cuela debajo de las bragas, roza su rajita. La niña mala se muerde el labio y suplica en silencio, suplica y desea, desea, desea. Los dedos de él hurgan en su coño, se deslizan en la humedad de su agujero, pellizcan, manosean y ella siente el vicio moviéndose entre sus piernas. Entonces él se detiene. Saca la mano.

Y como si de repente se parasen todos los relojes del mundo siente una palmada en su culo. Su columna se retuerce de gusto. Luego van cayendo el resto. Un azote, otro, otro, otro, otro, otro…siente como sus nalgas se enrojecen y su cabeza se va sumiendo más y más en otro plano de realidad, quizá en algún lugar entre la consciencia y el deseo. Sí…quiere más (soy una niña avariciosa y ansiosa…)

Oigo el ruido de la calle, pasa gente riendo y una moto hace crujir mi irrealidad…parpadeo y mis pestañas parecen llevarme lejos, a mi íntimo universo, a ese cuartito donde  él me azota y me soba el culo, donde me arde la piel y las ganas, donde deseo más azotes y que me follen como nunca…

Me sube la falda y deja expuestas mis bragas rojas con lacitos. Pasa sus excelentes manos por mi culazo. Temo el próximo golpe y lo ambiciono. Él continúa con su ritual. Zas, zas, zas, zas y su mano aplasta mis nalgas con la eficacia de un martillo pilón. Zas, zas, zas, y cada vez más mi corazón se anuda en mi garganta, y cada vez más mi cuerpo tiembla y se retuerce de gozo, de ganas, de él, de mí, de un pacto único y numinoso.

Baja mis bragas dejándomelas por los muslos. Siento un deseo irreprimible de contraerme toda. Aprieto mi cuerpo y siento escalofríos. Tan pronto azota como acaricia, siento el ardor en la piel y el calor confiable de sus manos.  Introduce sus dedos en mi sexo, me besa el culo, me lo abre, lo lubrica, hurga en él, suave, deliciosamente lento. Y luego vuelve a azotarlo para llevarme a un estado de paroxismo donde mis sensaciones se confunden con las suyas…

Mientras mi cuerpo arde escucho mis propios jadeos enredándose con las sábanas, mi boca babea mis gemidos, tiemblo y también escucho el deseo de él a través de su respiración. Su polla está tan dura que parece que vaya a clavármela  en el vientre y no he deseado nunca tanto que me follen. Mi coño es una poza inefable de impudicia y él puede notarlo en sus dedos…

Ambos exhalamos nuestra excitación dejando suspendido nuestro tórrido  aliento en el ambiente. Me sujeta nuevamente por el brazo haciéndome una indicación para que me levante.

-         ¿Estas bien? – me pregunta -  Y yo le respondo afirmativamente sonriendo. Tengo las nalgas encendidas e intensamente doloridas y el pelo revuelto.

Me acaricia nuevamente la mejilla pero esta vez como dándome su conformidad. Yo estoy temblando de ganas dentro de mi propio regodeo.

-         ¿No vas a follarme? – le pregunto ingenuamente

Entonces se levanta, algo cruje dentro de mí. Me recuerda que debo ganármelo y que debo escribir lo que me ha encomendado…sus palabras resuenan en mi esternón como una cacofonía cuando dos personas  hablan al mismo tiempo: su “yo” en mi consciencia y en mi inconsciencia. Le observo fascinada y le pregunto que por qué me mira así. Me sonríe como si supiera algo que yo desconozco y me responde que  no me mira de ningún modo.

Vuelvo a casa. Hace tanto bochorno en el metro que hasta el olor alude a la ola de calor, unas gotas escurren por mis corvas, no estoy segura de si es sudor; seguramente mis braguitas rojas destilan los desperdicios de mi lubricidad. El calor del metro adoba mis jugos en un olor deliciosamente acre y dulzón. Sí, me adoro emputecida, con mis bragas húmedas y un temblor de piernas recordándome quien soy…

Observo mi reflejo en el cristal del vagón, mi imagen se desdibuja, me voy borrando partes de mí que no quiero porque sé que soy yo y otra, otra más absoluta, más exacta, más conmovida, más yo. Y sé que antes o después encontraré mi magnífica luminiscencia.


lunes, 21 de mayo de 2012

KAYA





Hace unos días recibí en mi correo una propuesta de LELO,  la reconocida marca de juguetes eróticos, con una invitación para probar uno de sus juguetes de su  nueva línea de juguetes íntimos Picobong. A pesar de que ya uso algunos de los juguetes de LELO, juré que no escribiría ni una sola línea si no quedaba realmente satisfecha.

A los pocos días llegó a  mi casa el juguete KAYA, un conejito vibrador de color rosa, muy suave y ligeramente curvado. Me gustan mucho los juguetes, en general, y me gustan muchísimo los juguetes eróticos, tanto para usarlos sola como acompañada. Bueno, acompañada me gustan aún más porque me da morbazo, tanto que los usen conmigo como que me vean usarlos. Los juguetes eróticos despiertan mi curiosidad en cuanto a las sensaciones físicas que pueden producirme pero también sobre el morbo que llegan a provocarme.

Dejé que KAYA me sedujera, primero jugué con sus formas, lo pasé por mi cuerpo, para comprobar su tersura, me encantó sentirlo sobre mis labios vibrando suavemente, le dí al botón + y se intensificaron sus sacudidas, me gustó comprobar que es silencioso. Entonces comencé a jugar con sus diferentes modos de vibración y me asombró su potencia y su capacidad para estimular combinando distintas vibraciones. Mientras KAYA rugía dentro de mí, su pequeño apéndice rozaba mi clítoris. Cambiaba de modo y entonces la mayor vibración se producía en el clítoris produciéndome escalofríos y calambres de placer hasta la nuca. Experimenté de todos los modos imaginando como miles de ojos me miraban mientras lo probaba… Apreté el + el -, cambié de modo, me retorcía con sus vibraciones, bajaba el ritmo, lo aumentaba y me volví loca de gusto con este inventazo entre las piernas… corriéndome y sintiendo los placeres que puede llegar a producir la tecnología.

Esta noche me bañaré con él porque además de aterciopelado y potente es sumergible…¿quieres jugar con mi conejito?


martes, 16 de febrero de 2010

PLAZA MAYOR



Nos hemos vuelto a encontrar después de dos años.

La última vez que me despedí de él me di la vuelta en la estación de Sol, él se giró al mismo tiempo y nos sonreímos. De alguna manera supe que no volvería a verle en mucho tiempo.

Hay personas que merece la pena conocer aunque sea solo por la alegría que te hacen sentir. Alegría de vivir. Con él me reía muchísimo, pero sobre todo tenía esa sensación todo el tiempo de sentirme viva. Y es que la especialidad de J. era conseguir que me sintiera maravillosamente bien en mi pellejo.

No me olvidaré nunca de las caras de tonto que me estuvo poniendo mientras terminaba de arreglar sus asuntos por teléfono, ni las cañas que nos tomamos en la plaza mientras la luz comprimida de Madrid impactaba en mis ojos, ni lo ocurrente que estaba él después de aquellas cañas o lo cachonda que me puso con dos o tres miradas que no dejaban duda de cuánto deseaba morderme. Porque otra cosa no, pero me tenía encendida todo el tiempo. Recuerdo detalles pequeños como su mano agarrándome los muslos, palpándome por encima de la ropa, o su manera de llamarme siempre princesina. Nunca me olvidaré de cómo me recitó a Chinato entre jadeos como una complicidad nuestra, ni de la precisión de sus manos agarrándome desde atrás. No podría.

Aquel verano se escurrió deprisa, al tiempo que hablamos de nosotros y nos contábamos la vida, nos reíamos y nos hacíamos el amor. Follábamos como animales en aquel cuartito, mientras el sol nos hacía sudar vicio y subíamos y bajábamos en aquel ascensor pequeño y rancio de aquel hostal rancio y pequeño en la Plaza Mayor…

J. tenía algo dentro que a mí me costaba asimilar. O lo que es peor, tenía ese algo que conozco tan bien, y que tantas veces detesto, pero que no me queda más remedio que aceptar. Lo he visto en muchos cuartos después de follar, mientras trepa algo extraño en el silencio, puede que sea esa forma de desacoplarse después del sexo, esa manera de volver cada uno a lo suyo. No hablo de la sensación de sentirse solo, sino de esa especie de maldición humana de ser solo. La gente se siente jodidamente sola y a veces parece que folla solamente para paliar esa soledad. Pero jamás aprenden a estar a solas. Y eso sí me hace sentirme un poco triste. Como si yo no mereciera ese secreto. Pero bueno, salvo ese paréntesis, hay que reconocerle a J. que supo sacarle mucha vida a este cuerpo mío.

Si soy sincera creo que es el hombre que mejor me ha follado nunca. Era incansable. Pero no en vigor, que también. Los hombres de campo tienen esa energía animal a la que no llegan otros tíos por mucho que se curren el gimnasio. No es algo físico. Es más bien esa lucha instintiva, natural, salvaje contra los elementos, da igual que sea el viento, el agua o una mujer caliente. Y por otro lado esa forma de ser abierto con todo, de permitir que el destino lo colmara de sorpresas, de cosas buenas (o malas) que también me alcanzarían. Creo que sí, que era sobre todo eso. Esa manera suya, tan normal, de dejar que las cosas, sencillamente, pasaran, como dejar al río ser río, o dejar a la sangre ser sangre... Todavía olía a olivos y a tierra. Y ese energía agreste se le notaba en la tensión de los brazos cuando se apoyaba para follarme a saco, o en esa forma de moverse sobre mí sujetándome fuerte, dorado, invencible… “y yo no he muerto, me alegro de la lluvia, y me alegro del viento, y si tengo frío me caliento, si tengo miedo, ¡que no lo tengo! Susurro y pienso, y para mañana ya tengo mi pequeña ración de esperanza…”

Y ahora volvía a tenerle frente a frente. Le sentía algo triste pero arrebatado. Muy puto. Me cogió por las manos y me acercó a él frotándose contra mí, besándome, oliéndome, tocándome, respirándome. J es un puto perro. Amor perro. Cuando el ascensor llegó arriba apretó el botón para volver a bajar. Me abrió la blusa con una destreza increíble y me sacó las tetas por fuera. – Mmmmm princesina, no te imaginas cuánto las he echado de menos…te has acordao tú de mí?

Al entrar al cuarto prácticamente nos devoramos. Puede que por el tiempo que hacía que no estábamos juntos. Yo creo que la piel tiene un recuerdo. Un recuerdo impreciso pero ansioso.
Me tiró literalmente en la cama y se echó sobre mí con todas las putas ganas del mundo, arrancándome la ropa con ímpetu, prácticamente mordiéndome, violento, arrebatado, muy cerdo. Me puso a cuatro patas y me perforó de una sola embestida. El calor que emanaba de su cuerpo me ponía aún más puta. Sentirle tan excitado me incitaba aún más. Su polla, vertical, me atravesaba a un ritmo acelerado. Podía sentirla matándome por dentro, candente, dura, feroz. Mi culo se movía al compás de su hambre y su hambre era mucha. Después del primer orgasmo cayó rendido sobre mí.– Hostias esto no es forma de follar, ¿verdad princesina?

Pero no le contesté. Me quedé quieta, respirando como un pajarito asfixiado por el calor, sintiendo mi coño exudando gusto. Sintiendo a mi coño pidiendo más. Apenas pude decir:

Tengo calor…quiero más… Entonces me dio la vuelta. Me besó muy suave. La luz que entraba por la ventana se enredaba en mis rizos haciéndolos brillar, caía a bocajarro sobre mi piel, él siguió contemplándome, mirándome a los ojos, sonriendo ante la visión de mis tetas, de mi coño depilado, de las gotas de sudor que resbalaban por mi cuello.
 – Tengo calor… y él con esa sonrisa suya, con esa puta sonrisa suya me seguía observando.

Se levantó un momento y al volver traía una toalla empapada. Como mi coño, inundado de desearle, de sentirle, de retorcerme por dentro. Me humedeció toda la piel con la toalla y empezó a soplar sobre mí según me iba mojando, imitando una caricia con el aire que salía de su boca. Me tumbó en la cama y me empapó los labios, el cuello, soplaba, era delicioso sentir esa brisa pequeña, goteó mis pezones que se endurecieron al instante. Abrió delicadamente mis piernas y siguió bañando mis muslos, mis ingles, soplaba y soplaba haciéndome estremecer con cada soplo. Estrujó la toalla dejando caer gotas de agua sobre mi coño ardiendo y consiguió que me respiración comenzara a hacerse dificultosa. – Qué tal, princesina, ¿se te pasa el calor?- me dijo guiñándome un ojo. Yo me retorcía de un gusto ahogado dentro de mi vientre. Algo pulsaba en mi interior como un segundo corazón. Estaba preparada para un segundo asalto. Él también.

Siguió echando gotas de agua sobre mi raja y luego las recogía con la lengua. Empecé a suplicarle. – J. por favor, por favor…necesito…tu polla…fóllame, fóllame ya por lo que más quieras… Entonces él aproximó sus manos a mi cuerpo, pero sin llegar a tocarme, podía sentir el calor que desprendían sus dedos, pero también su respiración fuerte, su lujuria. Recorrió todo mi cuerpo sin tocarme mientras me hablaba y me provocaba más y más

– Tienes ganas de más ¿eh? ya lo creo que sí, mira como estás, como te retuerces, estoy por irme y dejarte así para recordarte así de zorra…¿qué quiere mi princesina eh?- me preguntó sonriendo – Quiero tu polla, cabrón.

Me moría por comerle la polla. Esa polla rotunda e inagotable que tantas veces me había hecho sentir en el paraíso. Esa polla dulce y amorosa que me había sostenido en un cielo concebido para el sexo. Una lujuria dilatada en el tiempo, en nuestros juegos, en un verano efímero y gozoso.

Le comí la polla animalizada, dejándome arrastrar por mi lujuria, permitiendo que su rabo me arrancara gemidos de la boca y me inundara de sus jugos y mi saliva, dejando que me ahogara, que me agarrara del pelo, sintiendo como se estremecía y como me emputecía yo misma. Y él me hablaba y me hablaba mostrándose dominante, tierno, fuerte, suave, excesivo, salvaje, él…

- Vamos, esa es mi chica, así así, cómemela bien zorra, toma, toma…mi niña, mi niña puta, tómala toda, entera princesina, venga, hasta el fondo, así, como noto tu garganta, venga niña, cuídala como tú sabes…

Me sumergió en él, en su cuerpo, en su polla. Me envolvió de él, de sus maneras. Sus ganas, su forma de ser, la fuerza de sus dedos, la suavidad de su polla, el olor metálico de su rabo, flotaban sobre mí. Me penetro el coño con una ternura magnífica, quedándose quieto. Le recuerdo tumbado sobre mí apoyándose sobre las manos, con su polla metida dentro de mí hasta lo más hondo, sus ojos mirándome, subterráneos, quieto, detenido mientras mi coño adoraba su cuerpo, la tensión de sus brazos, su puta sonrisa, su polla atascada en mi agujero.

Quieta, quietaaa, no te muevas – me pidió susurrándome – quiero que me recuerdes siempre así…contrae el coño, que quiero sentirlo, contráelo.

Hice lo que me pidió, y no se movió ni un poco, cerró los ojos; mi coño palpitaba lento al principio sobre su polla húmeda, pero luego quería más y más. Él seguía sin moverse y mi coño se abría y se cerraba el ritmo de mi placer. En esa inmutabilidad las paredes de mi vagina se agolpaban contra su polla. Hasta que empezó a moverse solo, sin necesitar de mi voluntad para seguir su recorrido, mi coño se contraía una y otra vez sintiendo el vigor de J., su calor, su sangre, su dulzura. Me corrí en oleadas prolongadas. Fue un orgasmo marino. Podía sentir mi cuerpo extendiéndose sobre el suyo, yendo y viniendo sobre él. No creo que hubiera una sola célula de mi cuerpo que no le sintiera. Toda mi carne se estremeció en temblores dilatados, toda yo era un gemido. Él se corrió poco después, fue la única vez que alguien gritó mi nombre mientras reventaba de placer de esa manera, entre jadeos ahogados, como si gritara el suyo propio. Sacó su polla de mí y me regó de semen, luego extendió su semen con sus manos desde mi pelvis por mi vientre hasta mis tetas y volvió a soplar sobre mí. Lo hizo en un gesto delicioso y profundamente amoroso. Tanto que hasta me conmovió. Y luego entre susurros me dijo. – Quiero que huelas a mí, a mí, a mí… Lo decía de una manera, con una vitalidad y una alegría que me contagiaba de vida, creo que eso era lo que más me gustaba de J.

Estuvimos mucho más tiempo follando, recordando cosas que habíamos hecho en aquel cuarto o en otros parecidos, riéndonos y charlando de esto y aquello. Luego llegó ese momento de empezar a despedirse. Odio que me den explicaciones, sobre todo cuando no las pido. Le pedí que se callara y que fingiera que volveríamos a vernos en cualquier momento. Así que salimos de la habitación, me acompañó hasta la boca del metro, me besó dulce, despidiéndose casi sin querer, y me sonrió como siempre hacía.

Y luego, desapareció en lo más profundo.