lunes, 22 de junio de 2015

TODO MÍO



A veces solo cierro los ojos y me dejo llevar. Da lo mismo si cerca de mí hay un hombre o una mujer, da lo mismo si es real o no. No importa si no puedo tocarlo o puedo romper a mordiscos su deseo.

A veces abro los ojos y observo. Y el aire se deshace diluyéndose en porciones de nada que caen en cuentagotas sobre mi mirada azul o verde o gris. Da lo mismo si lo que veo existe o es un sueño. Da lo mismo con tal de que pueda sentir como resbala sobre mí su magma, su perverso y ondulante movimiento, esa caricia, ese veneno.

A veces miro hacia dentro de mí y siento como mi cuerpo se remueve. Casi puedo oír a mi sangre retorciéndose en remolinos espesos y siento mi carne rizándose en caricias cuando la tocas. El recuerdo de ti me calienta los muslos y asciende en los perfiles de mis labios, tu beso se adhiere a la viscosidad de mi vulva, trepa dentro de mí, me sacude por dentro. ¿Cómo puedo sentir mi hambre tan profundo? ¿Cómo puede llegar a mi cabeza el sonido de tu voz y estremecerme el coño? El calor de tu boca es lo único que mi clítoris necesita, tu calor y el movimiento de tus labios. Te veo sonreír con esa mirada de canalla y preciso de tu polla para llenar mis apetitos. Me llenas el coño, el deseo, el culo, el desenfreno, la boca, me llenas de carne y fantasías, me llenas de azotes y caricias, de sexo.

A veces mi cuerpo se agita, cuando miro dentro de ti. Te miro a los ojos y veo un animal en ellos. Eres mi pantera, mi temor, mi regocijo. Te evoco junto a mí en la bañera, ambas goteamos jabón y ansia; tu memoria enciende algo dentro de mí. No sé quien eres pero tu olor me crece por dentro, multiplica mis ganas, me encharca de babas e impudicia. Tus pezones oscuros resplandecen sobre tu piel blanca. Me sonríes y no puedo dejar de anhelar tu coño. Tu beso se enreda en mi beso, desciende despacio trazando su única trayectoria con la lengua, su destino es encontrarme el grito con que choco contra el éxtasis.

Da lo mismo si soy o no soy. Solo sé en ese momento que todo es mío. Que puedo llenar mi boca o mi ombligo o mi coño de todo lo que hay en el mundo como si fuera la puta caja de Pandora. Y me convierto en un organismo antropofágico de sensaciones, de prodigios, de vida. Siento latir a mi carne, me siento a través de ella y es en ese preciso instante que sé que no estoy muerta.


domingo, 12 de abril de 2015

MUERTE








De aquella noche todo lo recuerdo a oscuras. El modo en que nos despertó el teléfono, sacudiéndonos, la respiración agitada, el gesto circunspecto, esas pausas que se hacen al hablar cuando se recibe una mala noticia… Llegamos a casa de Roberto y parecía que alguien estuviese apretando el aire para hacerlo aún más irrespirable. La luz de aquella casa me pareció irreal y, al mismo tiempo, jodidamente conocida. Ya sabía lo que había pasado, incluso lo que iba a pasar, aunque nunca llegué a saber por qué. Roberto nos contó con sus ojos clavados en el vacío que por la mañana Javier ya le había dicho que se iba a morir. Es cierto. Aquella casa olía a muerte. Incluso antes de lo de Javier. Todos lo sabíamos. Pero todos creíamos que sería Roberto, porque a él le llamaba lo siniestro, siempre fue adicto a la fatalidad...

Roberto había ido a recoger a Javier a la estación aquella misma mañana. Habían estado dando vueltas por el puerto y habían ido a comer a uno de esos restaurantes de marisco para “guiris”. Se hartaron de nécoras y albariño, y luego fueron a echarse la siesta a Cabo Estay. Después anduvieron todo el día de aquí allá sin destino fijo y engancharon con la noche. En el “Darwin” conocieron a unas chicas, se enrollaron y más tarde fueron al apartamento de Roberto en Playa América…

Miré a Roberto e hizo una pausa sin dejar de mirar al suelo “Joder, tío, yo creo que lo ha hecho porque le tocó la fea…” Se echó a reír dándose cuenta de la tontería que acabada de decir. En parte, cualquier cosa que dijéramos a partir de entonces era una tontería. “Joder, ¿como iba a pensar que iba a hacer algo así? Cuando he oído el crack desde la otra habitación he sabido que era él. No sé por qué, pero lo sabía. Sabía que era su cuerpo golpeando contra el asfalto. Sabía que era su sangre chorreando sobre la calle. Lo he sabido. Joder, tío, siete pisos. Era hombre muerto. Joder, tío, me duele la cabeza”

Yo no quería oír más detalles ¿Acaso había más?. Javier tenía veinte años y no quería vivir. Eso era todo. No había más. Se oyó el timbre de la puerta y todos supimos que eran los padres de Javier. Se oyó gritar a alguien y llorar. Ese llanto inconsolable de las madres. Ese dolor tan real y aparatoso, con la mitad de sus gritos enfáticos, con la mitad de sus gritos ahogados. No sé cómo fue pero todo el mundo desapareció. Yo me quedé en el cuarto de Roberto tratando de protegerme de esa afectación que me ha asustado siempre tanto. Sea real o no. He visto muchas veces esa misma afectación fingida, del mismo modo que he contemplado la auténtica, y no podría elegir cual de ambas me resulta más dolorosa. La habitación estaba en penumbra. Casi podía oír el cuerpo de Javier al caer. Maldita sea. Y entonces lo sentí a él. Me abrazó como si se abrazara a la única verdad del mundo, palpando mi cuerpo por debajo de la ropa, no con ansia, si no con auténtica fe en la vida, como asiéndose a la vida propia. Me mordió el cuello y jadeó sobre mis labios. Necesitó mi coño como yo necesitaba de su leche tibia descendiendo por mis muslos. Como si ambos supiéramos que solo nutriéndonos de algo vivo podríamos apartarnos de la muerte. Me folló de pie, desde atrás, penetrándome con auténtica vehemencia. Como queriendo hacerle entender a mi carne que su carne no se andaba con chiquitas. Haciéndome temblar con cada golpe de polla, estremeciendo mi vientre con cada vaivén, consiguiendo que mis tetas se deslizasen sobre el aire dibujando parábolas perfectas. Cuando acabó se sujetó a mí, se quedó mirándome, haciéndome entender:”estoy vivo” y juro que jamás me sentí tan viva y mía como atravesada por aquel falo aterrado por la muerte.




Crucé el pasillo y vi una chica llorando en la cocina. Entré y le ofrecí un vaso de agua, entre jadeos no paraba de repetir “Yo creo que es que no le ha gustado como se la chupaba…no es justo, jo tía…”  Al marcharme cerré la puerta despacito, sin hacer ruido, respetando el duelo de aquel lugar. Mientras bajaba las escaleras me di cuenta del rumor de mis braguitas, todavía rezumaban mis fluidos, miré la piedra del edificio cubierta de musgo, transpirando, como yo, sus humedades. Me sentía aliviada y a salvo. Y desaparecí entre las calles de piedra.


lunes, 17 de noviembre de 2014

BAÑO




Es algo que sé hace mucho tiempo. Cuando hace frío solo hay una cosa que puedas hacer y es: pasar frío. Claro que esto no es del todo cierto. Se pueden buscar millones de maneras de evitar el frío. Todas son mentira. Y, en cambio, todas sirven. Con unas pasas menos frío, con otras es posible que te olvides de él y con otras, incluso, puede llegar a gustarte.

A veces me parece que mi yo interior esté totalmente conectado con el clima. Estos temporales que se suceden han causado destrozos por todas partes, pero lo peor es la sensación que dejan en la gente de estar todo extraviado, esta impresión de hallarse sin esperanza. Sí, lo peor de las tormentas son este frío y esta tiritona que dejan, removiéndonos y recordándonos que van a volver. Quizá por eso necesito ordenar, hacer limpieza, hallar la manera de recuperar, ya no lo que está perdido, pero sí la ilusión de poder empezar de nuevo.

Cuando perdemos algo en nuestras vidas que ha sido importante, aunque incluso lo odiemos, es una forma de quedarnos desnudos, a la intemperie. Y por eso es tan difícil no sentir ese extraño dolor. La frialdad duele como un cuchillo. Pero del mismo modo, sé que puedo aguantar el mal tiempo, que permanezco en pie, resistiendo, y soy fuerte, y tengo imaginación y tengo unas ganas de vivir inmensas.

Él sabe que no es mi mejor momento y se ha ofrecido a abrigarme. Lógico. No, no creo que haya muchos tíos que dijeran que no a mi invitación pero desde luego no hay muchos capaces de cumplir con mis expectativas en los días del frío. Los hombres tienen una capacidad innata para hacernos polvo cuando menos falta hace. No sé por qué. Seguramente ellos se encogen de hombros porque tampoco lo saben, incluso, es posible que no tengan ni puta idea de qué hablo.

Necesitaba mimos, el calor de una piel, de alguien arropándome, necesitaba calor sexual, actividad, distracción, necesitaba juego y risa, necesitaba agua y aceite, y alguien que pudiera entregarse un rato, solo un rato para llevarme a otro sitio, a otro estado, a otra actitud, a otra forma de sentir.

Le había comentado que hace tiempo tenía ganas de ir a un Hammam* que hay en Madrid por la zona de Atocha. No hay nada mejor para entrar en calor que un baño caliente. Eso lo saben en cualquier país civilizado. Pero me convenció para ir a un hotel en el centro que tenía sus propios baños.

Llegué después que él. Al abrir la puerta me sonrió y a continuación me abrazó. Adoro esa sonrisa abierta que me dice tanto, mitad de canalla y mitad de niño curioso, con sus hoyuelos y su picardía dando saltitos sobre el aire, capturando mi atención, logrando que me tiemblen las piernas. Hay hombres que pueden ganarte con su sonrisa. Otros pueden destruirte. Crují con él en ese abrazo. Es impresionante todo cuanto pueden decirte solo con apretarte fuerte y respirar contigo unos momentos. Hay brazos en los que me siento a salvo.

Me llevó de la mano hasta el fondo de la habitación y me dijo que ya había preparado el baño. Me quedé perpleja. Era la habitación más bonita que había visto nunca, estaba decorada en tonos rojos pero no agobiaba en absoluto, una cama enorme se apoyaba directamente en el suelo, cortinas y lienzos colgaban de aquí y allá, el suelo se encontraba tapizado de alfombras mullidas y tersas enmarcadas por cenefas, y había cojines por todas partes. Desde luego parecía una de esas estancias salidas de Las Mil y una Noches. En un rincón había un jacuzzi lo bastante grande para más de dos personas. No había luces directas, la habitación tan solo estaba iluminada por unas cuantas velas. Olía sutilmente a jazmines y me parecía que la belleza de la melodía de un ney* brotaba de algún lugar pero no podía asegurarlo. Si quien había decorado aquella alcoba tenía la intención de que nos sintiéramos acogidos por una cálida y placentera sensación de bienestar lo había conseguido.

Fui a decir algo pero él me tapó delicadamente los labios con un beso. Sus besos se esparcieron por mi cuello, por mi pecho, por mi vientre como la sal de la tierra, y a medida que besaba me iba desnudando. Nunca me parecieron más ágiles ni oportunas unas manos, grandes pero delicadas y hábiles. Me iba sacando prenda a prenda mientras me besaba, acercaba su nariz a mi piel, aspirando mi olor como una cría haría con su madre, reconociéndome y abrazándome, hundiéndome con él y por él en esa cuarta dimensión del deseo, en ese agujero donde me siento caer, en ese hoyo que cuanto más se llena más agua cabe y más pozo me hago y más me sumerjo de impudicia. Me besó las caderas y me mordió los muslos, su boca me hacía sentir capturada, y me pareció que solo pudiera liberarme a través de sus labios, de sus besos, de su lengua. En sus brazos desperté del frío y se abrieron las puertas a mis sentidos.

Mi respiración comenzó a entorpecerse y estoy segura de que podía sentir los latidos de mi corazón en el coño. Intentaba enroscarme contra él y alargaba las manos para alcanzar su rabo pero no me dejó. Así que no podía hacer otra cosa que dejarle hacer, observarle y mantenerme tan cachonda que comencé a sentir palpitaciones en las sienes y mi vientre se contraía al ritmo de estas.

Me sumergió en el agua y me bañó. Frotó todo mi cuerpo con una esponja muy suave. El jabón hacía espuma y pompas de jabón. Llenaba la esponja de agua caliente y luego la dejaba caer sobre mi piel. El agua estaba aromatizada con algún aceite perfumado. Su cuerpo emanaba calor y ganas, cada vez que se levantaba un poco su polla emergía vertical sobre el agua y yo la ansiaba moviendo mi boca hacia ella. Se colocó detrás de mí y yo me recosté sobre su pecho. Sentir la dureza de su polla casi en mi culo era una delicia-tortura más. Sus manos iban y venían por mi cuerpo, me acunaba, me decía cosas bonitas mientras introducía sus dedos en mi coño, o me rozaba o pellizcaba los labios, como si abrir los poros de mi cuerpo fuera algo que hacía como de pasada mientras me hablaba.

Me preguntaba si me gustaba la habitación, o qué tal había pasado el día, o si había llegado en taxi o me había traído alguien y alternaba estas preguntas inocentes con otras como cuando había sido la última vez que me habían follado el culo, si me daría morbo que me follara otro tío mientras él nos observaba o si me apetecería comerme un coñito jugoso y sonrosado, y, mientras, aprovechaba el momento en que yo contestaba para acariciarme el clítoris, pellizcar mis pezones o hurgar en mi culo. Yo cada vez estaba más fuera de mí, apenas si podía responder a lo que me preguntaba, movía las caderas y mi espalda se arqueaba contra su pecho sin querer. Me tocó a su antojo, me provocó, me ensució los oídos con todas las guarrerías que se le ocurrieron y me agarró fuerte contra él cuando empezó a notar los temblores de mi orgasmo. Yo me sacudía contra él y gemía como nunca. No hay nada en el mundo tan liberador como gemir y gritar cuando te estás corriendo bien a gusto.

Me volví y le bese la boca. Hay besos que deberían tener otro nombre, porque son algo parecido a ser uno. Cada vez que nos enfadáramos, o tuviéramos un frustración muy grande o un dolor muy hondo alguien debería besarnos así para ponernos en contacto con el mundo, con el universo. Quizá llegar a otro aunque sea por un breve instante sea lo más parecido a la felicidad.

Entonces comencé yo a enjabonarle a él. Es una gozada bañar a otro, tener su cuerpo a tu disposición, poder observar cada reacción de su cuerpo. Le embadurné de espuma y le frotaba o le daba masaje. Mis manos se hundían en sus músculos y le pasaba las tetas por la espalda o acercaba mi sexo para frotarme contra él. Le agarré la polla desde atrás y mi mano se deslizaba en su rabo maravillosamente gracias al agua. Le agarré de los huevos y los hacía girar en mis manos. Sus gemidos me estaban volviendo loca. Volví a pajearle, alternado movimientos firmes y rápidos con otros más lentos y amorosos. Sus caderas parecían cobrar vida propia y no dejaba de decir: “ohhh que bueno, mmmm, que bueno”

Me metí entre sus piernas y comencé a comerle la polla. Le dí lamidas largas por todo el tronco hasta el escroto y bajé un poco más hasta su culo. Sus gemidos me pervertían y me llenaban de vicio. Luego volví a su rabo. Lo necesitaba todo en mi boca, llenándomela, llegándome a la garganta, sintiéndome muy sucia y muy zorra. Él me agarró del pelo y me llevó aún más adentro. Mis ojos se clavaron en los suyos. No dejaba de mirarme fíjamente, con el rostro desencajado de placer, la boca abierta, reclinando levemente la cabeza hacia atrás de cuando en cuando. Volví a pelársela y alternaba los movimientos de mis manos con los de mis labios y mi lengua, hasta que llegó un punto que me agarró, me dio la vuelta y metió su polla en mi agujero de una vez.


Con una mano me acariciaba las tetas y el vientre, su pelvis iba y venía contra mi culo, respiraba tan fuerte que sus resuellos me hacían cosquillas en la espalda. Entonces sacó su polla de mi coño, agarró una de mis cachas y la apartó. Sentí su boca en mis nalgas, me parecía una animal vivo llenándome el culo de gozo, su lengua se retorcía y deslizaba en mi agujero y lo dilataba de placer. Mientras tanto jugaba con mi coño haciendo girar mi clítoris, metiéndome los dedos por el coño o por el culo, ablandando cada vez más y más mi ojete. Gemí cuando sentí su capullo tratando de entrar en mi culo, notando como me rascaba con su polla a cada avance, advirtiendo como mis paredes se ensanchaban a su paso como si fueran los caprichos de un dios. Despacio, despacio, despacio.

Alcé un poco la cabeza y me parecía estar envuelta de una bruma de color rojo; había un aroma especial en el ambiente, escuché el extraordinario eco de mis gemidos junto a los suyos mezclados con el ruido que hacíamos en el agua, su polla batiendo en mi culo, mi culo dilatándose de placer. Comenzó a ir un poco más deprisa, yo le pedía más y me decía que se iba a correr en mi culo. Más, más. Mis caderas se movían deprisa y le gritaba que más, que me iba a correr , que me iba a correr ya, y él me suplicaba que sí, que me corriera ya porque no podía más. Su polla me ardía en el culo espoleándome, llegando a un lugar de mí más mío que ninguno, llevándome a un placer tan grande y fecundo que me parecía estar multiplicándome de ganas y de gusto. Grité su nombre mientras me volví a correr, todo mi cuerpo temblaba y lo adoraba, él salió de mi culo y estampó su lefa contra mis nalgas, las embadurnó de gusto y vida, se restregó contra mí, me volvió a abrazar, me apretó con sus manos, con su suavidad, con su vehemencia, y yo sentí salir el frío de mi cuerpo como un espíritu maligno que me hubiera estado emponzoñando el alma de miedo.

Después salimos del baño y nos secamos, descansamos fuera del agua, hablamos de esto y de lo otro, volvimos a follar varias veces, nos dimos masaje, comimos fruta y bebimos vino, nos reímos, nos hicimos el amor, nos hicimos más amigos, más nosotros, volvimos a bañarnos y a abrazarnos y las horas fueron cayendo rápidas con esa violencia del tiempo. En esas horas recuperé el calor que tanta falta me hacía para recuperarme del frío y quizá para no olvidar que antes o después siempre hay algo, alguien que te devuelve el olor de los jazmines, y vuelves a sentir tu vida corriendo por tus venas, y regresas a la templanza e incluso a la alegría, alguien que te recuerda que ha de volver la primavera.






* Hammam: baños turcos.


* Ney: Flauta